La unidad complementaria
Mailer Mattié, Economista venezuelana, esperta di Antropologia economica e Cooperazione internazionale finalizzata allo sviluppo sostenibile.
E-mail: mailermattie@yahoo.es
La población Aymara vive en la región andina desde las orillas del lago Titikaka hasta el Norte de Chile y Argentina. Se dedica al pastoreo, la agricultura y la artesanía, conservando formas de vida comunitaria. Aproximadamente dos millones de personas hablan Aymara, Jaqi Aru, la lengua de los humanos. Hay cerca de 1millón 300 mil Aymara en Bolivia, 300 mil en Perú y 50 mil en Chile. Forman parte, entre otros, de los grupos étnicos Qullas, Lupaqas, Qanchis, Carangas y Chichas.
En la visión Aymara del mundo, todos los aspectos de la vida tienen un componente femenino y otro masculino. Ambos constituyen siempre una unidad complementaria (taqpacha), puesto que no se consideran elementos en conflicto. Ninguno, por tanto, puede ser excluído o subordinado, porque se rompería el equilibrio (tinku) que permite la continuidad de la existencia. Es en estos términos como se comprende su mitología, la producción agrícola y las relaciones sociales en general. Sin opuestos complementarios sería imposible la construcción Aymara de la realidad.
Así, en la concepción de un ser humano, por ejemplo, es la sangre menstrual el componente principal del feto; el semen es el factor complementario (1). En el mito de la aparición del Universo, Wiraqocha, el que partió hacia el mar, creó el Sol (Inti) y la Luna (Quilla), que engendraron luego a Manco Capac y Mama Oclla, la pareja que fundó Cusco. El espacio/tiempo (Pacha), de igual forma, es también femenino y masculino. Una ilustración son los festejos del Anata que comienzan todos los años el 2 de febrero para celebrar las primeras cosechas, en especial de la papa. Es época de lluvias, el jullapacha, un tiempo femenino, de la luna y la fertilidad. La época seca, al contrario, se considera un tiempo masculino (2). Los períodos de crisis, de transformación social (el pachakuti), son igualmente femeninos y masculinos; el que comenzó justo en 1992 es femenino, el warmi pachakuti. La Tierra es la Pachamama, la gran divinidad femenina que da el sustento al pueblo Aymara. Se observa, pues, que los elementos opuestos se complementan siempre, incluso turnándose.
Jaqi: las personas humanas
El matrimonio, en la tradición Aymara, es un ritual de paso que iguala a hombres y mujeres como jaqi, personas humanas. (3). El grado de endogamia en las comunidades suele ser alto, más del 50%, y el padre de la novia debe aceptar al esposo. Se estiman aptos para el matrimonio a los hombres entre 28 y 31 años de edad; a las mujeres, entre 24 y 26 años. Aún así, otros requisitos son de mayor importancia. El hombre debe saber arar y techar una casa; la mujer, sembrar y tejer.
Casarse, hacerse jaqi, tiene sin embargo implicaciones muy importantes en relación a la comunidad. Por un lado, el matrimonio determina los derechos de sucesión sobre las tierras (4). Por otro, establece los deberes de la pareja (chacha-warmi) con el grupo comunitario. En efecto, la nueva familia se incorpora al sistema de cargos, a través del cual el hombre principalmente desempeñará una serie de funciones anuales, desde la organización de las fiestas agrícolas hasta la jefatura comunal (jilaqata). Del éxito de sus tareas dependerá el prestigio de toda la familia. Este camino (thakhi), de hecho, lo recorren juntos la pareja, puesto que la mujer participa en las decisiones del marido, pudiendo incluso llegar a sustituirlo ocasionalmente. Los diferentes cargos exigen, además, la redistribución de los excedentes de la producción familiar, en cuanto debe garantizarse durante las distintas celebraciones alimento y bebida suficientes para todos.
En relación a los derechos sobre las tierras, en aquellas comunidades donde la tradición ha sido menos intervenida, hombres y mujeres heredan por igual (5). De esta manera, los terrenos de la madre pueden pasar a sus hijas tras el matrimonio, de generación en generación (6). Esta norma, sin embargo, no es la que predomina actualmente. La propiedad en los territorios Aymara ha pasado por varios procesos de cambio en los últimos cinco siglos, incluyendo la expropiación latifundista y reformas agrarias que otorgaron títulos de propiedad preferentemente a los hombres. En zonas Aymara de Perú, por ejemplo, hoy día sólo el 4% de las mujeres son propietarias de tierras, frente al 29% de los hombres.
El caso es que tradicionalmente las hijas heredaban de la madre y los hijos del padre, algo que sólo se mantiene en algunas comunidades. Probablemente esta línea de sucesión determinara también que la madre diera su apellido a las hijas, y el padre a los hijos. Lo cierto es que ninguna mujer casada suele utilizar el apellido del esposo, conservando el suyo que proviene del padre (7). IEstá claro, desde luego, que la propiedad de las mujeres sobre la tierra se ha reducido considerablemente en el transcurso del tiempo. No obstante, es posible que haya hombres que no posean tierras dentro de su comunidad. Al casarse fuera de ella, deberá trabajar las de su esposa, sin derecho a heredar puesto que la propiedad pasaría sólo a los hijos (8).
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