Patología de la hiperexpresividad (Franco Berardi, Bifo)



Resumen del artículo
Dra.Graciela Scorzo


Malestar y represión

El pensamiento antiautoritario del siglo XX ha estado directa o indirectamente influenciado por la noción freudiana de represión, en la cual se centra el libro El malestar en la cultura (1929):
[N]o deja de sorprendernos la analogía que hay entre el proceso de aculturación y la evolución lipídica del sujeto singular. Las pulsiones son inducidas a desplazar las condiciones de su satisfacción, a transferirlas a otra vía, proceso que en la mayoría de los casos coincide con la sublimación (del objetivo de la pulsión) […]. [E]s imposible ignorar en qué medida la cultura se ha construido sobre la renuncia pulsional, en qué medida tuvo como presupuesto la no satisfacción de pulsiones poderosas. Esta frustración domina el vasto campo de las relaciones sociales: sabemos que es la causa de la hostilidad que todas las culturas deben combatir”[1].
Freud considera la represión, por tanto, como un rasgo ineliminable constitutivo de la relación social. A mediados del siglo XX,entre los años treinta y los sesenta, el pensamiento crítico europeo se interroga sobre la relación entre la dimensión antropológica dela alienación y la dimensión histórica de la liberación. La visión que Sartre expone en Crítica de la razón dialéctica (1964),directamente influida por el pensamiento freudiano, reconoce el carácter antropológicamente constitutivo, y por tanto insuperable, de la alienación. Al contrario, la variante historicista y dialéctica del pensamiento marxista considera la alienación como un fenómeno
históricamente determinado, superable por tanto con la abolición de las relaciones sociales capitalistas.En el ensayo de 1929 Freud anticipa las líneas de esta discusión, criticando la ingenuidad del pensamiento dialéctico:
“Los comunistas piensan haber encontrado la vía para liberarse del mal. El hombre es bueno sin ninguna duda, siempre con buena disposición hacia su prójimo, pero es la institución de la propiedad privada la que ha corrompido su naturaleza […]. Si se aboliese la propiedad privada, si todos los bienes fuesen puestos en común y todos pudieran tomar parte de dichos bienes para su propio disfrute, la maldad y la hostilidad entre los hombres desaparecería […]. No me corresponde criticar al sistema comunista; no puedo saber si la abolición de la propiedad privada sería oportuna y provechosa; estoy sólo en posición de reconocer que su premisa
psicológica es una ilusión carente de fundamento”[2].

Lo que me interesa aquí no es reabrir la discusión entre historicismo y esencialismo, entre marxismo y psicoanálisis, que corresponde los historiadores de la filosofía del siglo XX. Me interesa señalar la existencia de un marco filosófico y de una premisa analítica comunes a la identificación de la civilización moderna como un sistema basado en la represión.
Para Freud, el capitalismo moderno, como todo sistema civil, se funda sobre una necesaria eliminación de la líbido individual y sobre una organización sublimadora de la líbido colectiva.Esta intuición será después declinada de diversas maneras en el pensamiento del siglo XX. En el ámbito del psicoanálisis freudiano este malestar es constitutivo e insuperable, y la terapia psicoanalítica se propone curar, por medio del lenguaje y de la anamnesis, la forma neurótica que el malestar nos provoca. La cultura filosófica de inspiración existencialista comparte esta convicción freudiana acerca del carácter insuperable de la alienación constitutiva y de la represión de la pulsión libidinal.

Estructura y deseo

El pensamiento antiautoritario de los años setenta se mueve en la esfera conceptual freudiana, incluso la prolonga y desarrolla en el horizonte histórico. En Eros y civilización (1955), Marcuse proclama la actualidad de una liberación del eros colectivo. La represión comprime la potencialidad de la tecnología y del saber impidiendo su pleno despliegue, pero la subjetividad crítica desarrolla su
acción justamente haciendo posible la plena expresión de la potencialidad lipídica y productiva de la sociedad, creando así las condiciones para una plena realización del principio del placer.
El análisis de la sociedad moderna se entrelaza con la descripción de los dispositivos disciplinares que modelan represivamente las instituciones sociales y el discurso público. La reciente publicación de los seminarios impartidos por Foucault en 1979 (en particular el seminario dedicado al nacimiento de la biopolítica)[3] nos obliga a desplazar el baricentro del pensamiento foucaultiano desde el disciplinamiento represivo hacia la creación de dispositivos de control biopolítico, a pesar de que en sus obras dedicadas a la genealogía de la modernidad (en particular Historia de la locura, Nacimiento de la clínica, Vigilar y castigar) Foucault se mueve a su manera en el ámbito del paradigma “represivo”.
A pesar del abandono del campo freudiano que El Anti Edipo (1972) ratifica abiertamente, incluso Deleuze y Guattari se mueven al
interior del campo problemático delimitado por Freud en 1929: el deseo es la fuerza motriz del movimiento que atraviesa la sociedad
y marca, no en menor medida, el trayecto de los individuos; pero la creatividad deseante ha de habérselas continuamente con las
máquinas de guerra de tipo represivo que la sociedad capitalista aplica en cada ámbito de la existencia y del imaginario.
El concepto de deseo no se puede achatar mediante una lectura en clave “represiva”. El Anti Edipo contrapone el concepto de deseo
al de carencia. El campo de la carencia, en el cual floreció la filosofía dialéctica y la política del siglo XX hizo su (in)fortuna, es el campo de la dependencia, no el de la autonomía. La carencia es un producto determinado por el régimen de la economía, de la religión, de la dominación psiquiátrica. El proceso de subjetivación erótica y política no se puede fundar sobre la carencia, sino sobre el deseo como creación. Desde este punto de vista Deleuze y Guattari nos permiten comprender que la represión no es una proyección del deseo. El deseo no es manifestación de una estructura, sino que mil estructuras pueden crearse. El deseo puede cristalizar la estructura, transformarla en ritornelos obsesivos. El deseo construye las trampas que atrapan al deseo.

Patologías de la expresividad

Como introducción a un libro dedicado a las formas contemporáneas de la psicopatología, escriben sus editores:

A la luz de las transformaciones sociales profundas que han afectado a nuestra condición vital. Una de las más significativas es el cambio de signo del imperativo
del Superego social contemporáneo con respecto al freudiano. Mientras que el freudiano exige la renuncia pulsional, el contemporáneo parece suponer un impulso al goce como nuevo imperativo social. En efecto, las formas sintomáticas del malestar de
la civilización están hoy en estrecha relación con el goce, son verdaderamente prácticas de goce (perversiones toxicómanas, bulimia,obesidad, alholismo) o bien manifestaciones de una clausura narcisista del sujeto que produce un estancamiento del goce en el cuerpo (anorexia, depresión, pánico)”[5].
La psicopatología social prevaleciente, que Freud identificaba en la neurosis y describía como consecuencia de la supresión, hoy se identifica sobre todo en la psicosis y se asocia cada vez más con la dimensión del actuar y del exceso energético-informativo antes que con la dimensión de la supresión.
En su trabajo esquizoanalítico Guattari se concentró en la posibilidad de redefinir todo el campo del psicoanálisis partiendo de una redefinición de la relación entre neurosis y psicosis, partiendo de la centralidad metodológica y cognoscitiva de la esquizofrenia.
Esta redefinición ha tenido un efecto político potentísimo, y ha coincidido con la explosión de los límites neuróticos que el capitalismo ponía a la expresión constriñendo la actividad dentro de los límites represivos del trabajo y sometiendo el deseo a la supresión disciplinante.
Pero la propia presión esquizomorfa de los movimientos y la propia explosión expresiva de lo social ha conducido a una metamorfosis (esquizometamorfosis) de los lenguajes sociales, de las formas productivas, y en última instancia de
la explotación capitalista.
Las psicopatías que se difunden en la vida cotidiana de la primera generación de la era conectiva no son en modo alguno comprensibles desde el punto de vista del paradigma represivo y disciplinar. En efecto, no se trata de patologías de la supresión, sino que se trata de patologías del just do it:

“De ahí la centralidad de la psicosis que —a diferencia de la neurosis, que es simbólica porque está instituida sobre el carácter lingüístico-retórico de la supresión y sobre el fundamento normativo del Edipo— está instituida sobre lo real no gobernado por la castración simbólica, y por tanto está más próxima a la verdad de la estructura (lo real del goce es en efecto estructuralmente imposible de simbolizar integralmente)”[6].

Interpretar en condiciones de sobrecarga

Richard Robin, investigador de la George Washington University, estudia, en un ensayo titulado Learner-based listening and technological authenticity, los efectos que la aceleración en las emisiones vocales produce sobre la comprensión del oyente>[11].
Robin funda su investigación sobre el cálculo del número de sílabas por segundo que pronuncia el emisor. Cuanto más se acelera la emisión, tanto más numerosas son las sílabas pronunciadas por segundo, y tanto menor es la comprensión del significado por parte del oyente. Cuanto más veloz es el flujo de sílabas por segundo, tanto menor es el tiempo del que el oyente dispone para elaborar críticamente el mensaje. La velocidad de la emisión y la cantidad de impulsos semióticos enviados en la unidad de tiempo están en función del tiempo disponible para la elaboración consciente por parte del receptor.
Según Robin, “la emisión veloz intimida a los oyentes. Hay pruebas del hecho de que la globalización ha producido tiempos de emisión más rápidos en áreas del mundo en las cuales los estilos de transmisión occidentales han sustituido a los estilos de
transmisión tradicional. En la ex Unión Soviética, por ejemplo, la velocidad de emisión medida en sílabas por segundo casi se ha duplicado tras la caída del régimen comunista: de tres sílabas por segundo a casi seis. Comparaciones semejantes han llevado a la misma conclusión en Medio Oriente y China”[12].

Esta observación de Robin contiene implicaciones enormemente interesantes para comprender el pasaje de una forma de poder autoritario de tipo persuasivo (como eran los regímenes totalitarios del siglo XX) a una forma de poder biopolítico de tipo perSUasivo(como la infocracia contemporánea).
Los primeros se fundan en el consenso: los ciudadanos deben comprender bien las razones del Presidente, del General, del Führer, del Secretario o del Duce. Hay una única fuente de información autorizada.
Las voces disidentes son sometidas a censura.

El arte del siglo XX se concebía como flujo deseante, como expresividad liberadora. El surrealismo celebra la potencia expresiva del inconsciente como fuerza liberadora de las energías sociales y psíquicas. Pero en nuestro tiempo, el arte (la producción de artificios semióticos) es un flujo que poluciona la psicoesfera. Al mismo tiempo, el arte es también un flujo de terapia de la ecología mental.
El arte ha ocupado el lugar de la policía en el dispositivo universal de dominio mental. Pero al mismo tiempo busca el camino para una terapia.

Si en la sociedad moderna la patología prevaleciente a nivel epidérmico era la neurosis producida por la represión, las patologías que hoy se difunden epidérmicamente tienen un carácter psicótico-pánico. La hiperestimulación de la atención reduce la capacidad de interpretación secuencial crítica, pero reduce también el tiempo disponible para la elaboración emocional del otro, del cuerpo del
otro y del discurso del otro, que busca ser comprendido sin lograrlo.

[1] Sigmund Freud, Das Unbehagen in der Kultur, 1929 [versión castellana: “El malestar en la cultura”, en Obras completas, tomo
XXI, capítulo 2, Amorrortu, Buenos Aires, 1990. Durante este texto se mantendrá la ambivalencia entre los términos
cultura/civilización que también ha tenido lugar en diferentes versiones del propio ensayo de Freud: el malestar en la cultura, el
malestar en la civilización. Hemos adaptado, por lo demás, la traducción de ésta y las siguiente citas (NdT)].
[2] Ibídem.
[3] Michel Foucault, El nacimiento de la biopolítica, Fondo de Cultura Económica, México, 2007.
[4] Jean Baudrillard, Il patto di lucidità o l’intelligenza del male, Cortina Raffaello, Milán, pág. 21.
[5] Domenico Cosenza, Massimo Recalcati y Angelo Villa, Civiltà e disagio. Forme contemporanee della psicopatologia,
Mondadori, Milán, 2006.
[6] Massimo Recalcati, “La personalità borderline e la nuova clinica”, en Civiltà e disagio, op. cit.
[7] Ibídem.
[8] Gilles Deleuze y Félix Guattari, “Conclusión: del caos al infierno”, ¿Qué es la filosofía?, traducción de Thomas Kauf, Anagrama,
Barcelona, 2005, pág. 202.
[9] Gregory Gateson, Steps to an ecology of mind, Chandler Publishing Company, Nueva York, 1972 [versión castellana: Pasos
hacia una ecología de la mente, Editorial Carlos Lohlé, Buenos Aires, 1976].
[10] Ibídem.
[11] Richard Robin, Learner-based listening and technological authenticity, .
[12] Richard Robbin, Russian language listening comprehension: where are we going?, where do we go?, en Slavic and East
European Journal, nº 35, 1991.

Fuente: http://transform.eipcp.net/transversal/1007/bifo/es

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