El éxodo jujeño del 23 de agosto de 1812

Bicentenario del Éxodo Jujeño Las órdenes dadas a Belgrano eran acordes a las que otrora recibiera Pueyrredón: defender Jujuy o abandonar la zona, siguiendo la estrategia de “tierra arrasada”, para refugiarse en Tucumán, Santiago del Estero o Córdoba, lo que significaba no dejar nada que el enemigo pudiera utilizar para su avance hacia el Río de La Plata. La vanguardia realista hostigaba a los indígenas de la puna de Jujuy, mataba, robaba e incendiaba los pueblos; Belgrano estaba enterado de lo sucesos en Rinconada donde el pueblo había sido saqueado y los indígenas asesinados. Belgrano comunicó al gobierno en Buenos Aires que no estaba en condiciones de defender Jujuy con las pocas y mal armadas tropas que poseía. Por otra parte, las informaciones de lo acontecido en Cochabamba volaron como un reguero de pólvora y llegaron rápidamente a Jujuy. Los rumores corrían presagiando lo peor pues todos sabían que el próximo objetivo de Goyeneche era Jujuy. El pánico se apoderó de la población, que auguraba un futuro similar a Cochabamba. Los principales comerciantes fueron los primeros en embalar sus pertenencias, arrendar carretas y fletarlas hacia Tucumán, al menos como primera escala, ya que algunos de ellos siguieron hasta Santiago del Estero y Córdoba. Las familias pudientes, como había ocurrido en Cochabamba, buscaron con tiempo un lugar seguro, en el seno de familiares, amigos y sus relaciones comerciales, procurando ponerse a resguardo. Firma del Dr. Manuel Belgrano El éxodo jujeño del 23 de agosto de 1812 Del universo que conformaba el sector adinerado de la ciudad en 1812, se estima que el 85% se retiró a las provincias del sur, sea con Belgrano o antes, de manera que sólo un 15% de la población adinerada se mantuvo en Jujuy y aguardó al ejército virreinal. Se ignora la cantidad de población de los sectores populares que se quedó tras la marcha de Ejército, pero se estima que fueron muy pocos. Precisamente, la escasez de vecinos fue el motivo de la imposibilidad de formar un cabildo adepto a la causa realista, cuando su Ejército llegó a Jujuy. Por ello, ante la falta de vecinos para ocupar los cargos vacantes (sólo dos integrantes del Cabildo se habían quedado en Jujuy, a los que luego se sumaron otros dos) se optó por reemplazarlos por oficiales de los batallones virreinales. De estos hechos se desprende que la gran mayoría de los vecinos económicamente acomodados de la ciudad y del campo se habían retirado de la jurisdicción. Los comerciantes jujeños debieron “levantar” sus comercios, cargar toda la mercancía, subirlas a las carretas y enviarlas a Tucumán. También debieron levantar la casa y todos sus objetos y cargar a la familia (generalmente mujeres, niños y ancianos viajaban en carretones), sirvientes, esclavos y dependientes con sus respectivas familias. A falta de documentación, se calcula que esa tarea debe haber demandado entre 1 y 2 semanas de labores. Si además poseían hacienda o chacra -que era lo frecuente en la época-, debían levantar lo que se pudiera, arriar el ganado y partir con los peones. Se estima que cada familia formaba en sí misma una pequeña caravana que aumentaba dada la costumbre de viajar en grupos de varias familias, lo que les proporcionaba mayor seguridad ante los trastornos del viaje. Si los preparativos para la emigración dieron inicio cuando se supo lo sucedido en Cochabamba, los primeros traslados de población deben haberse iniciado a fines de julio de 1812, lo que, además, es coincidente con los comienzos de la organización de la población para una “emigración ordenada” dictaminada por Belgrano. Emigración, expatriación, huída, abandono del terruño, desplazamiento de la población civil: por eso optó Belgrano, que desde mediados de julio comenzó a organizar la emigración en forma ordenada. La medida adoptada necesitaba el sacrificio de sus hombres y seguidores, pero también era indispensable que aún los fieles a la causa realista abandonaran la jurisdicción. Según se desprende de la correspondencia de el éxodo jujeño del 23 de agosto de 1812 _____________________________ (1) En la época del Éxodo, Jujuy integraba la Provincia de Salta del Tucumán y el Bando se dirigía a los pueblos de toda esa Provincia. De allí la expresión en plural. Sin embargo, la orden de Belgrano fue acatada en su gran mayoría por los habitantes de Jujuy y por muy pocos salteños. Belgrano, éste sabía que la mayor parte de la población de Jujuy era partidaria de la Revolución (no ocurría lo mismo en Salta, donde la elite estaba bastante dividida) pero también sabía que había sectores entre la elite local fieles al Virrey de Lima que podían servir para abastecer a las tropas virreinales. En ese contexto es que Belgrano, a través del Bando del 29 de julio, ordenó el retiro y emigración de toda la población y amenazó a quienes quisieran traicionar sus órdenes: Escrito de puño y letra realizado por Manuel Belgrano, patrimonio del Museo Histórico Provincial de Jujuy. “Pueblos de la Provincia de Salta (1): Desde que puse el pie en vuestro suelo para hacerme cargo de vuestra defensa, en que se halla interesado el Excelentísimo Gobierno de las Provincias Unidas de la República del Río de la Plata, os he hablado con verdad. Siguiendo con ella os manifiesto que las armas de Abascal al mando de Goyeneche se acercan a Suipacha; y lo peor es que son llamados por los desnaturalizados que viven entre vosotros y que no pierden arbitrios para que nuestros sagrados derechos de libertad, propiedad y seguridad sean ultrajados y volváis a la esclavitud. Llegó pues la época en que manifestéis vuestro heroísmo y de que vengáis a reunirnos al Ejército de mi mando, si como aseguráis queréis ser libres, trayéndonos las armas de chispa, blanca y municiones que tengáis o podáis adquirir, y dando parte a la Justicia de los que las tuvieron y permanecieren indiferentes a vista del riesgo que os amenaza de perder no sólo vuestros derechos, sino las propiedades que tenéis. Hacendados: apresuraos a sacar vuestro ganado vacuno, caballares, mulares y lanares que haya en vuestras estancias, y al mismo tiempo vuestros charquis hacia el Tucumán, sin darme lugar a que tome providencias que os sean dolorosas, declarandóos además si no lo hicieseis traidores a la patria. Labradores: asegurad vuestras cosechas extrayéndolas para dicho punto, en la inteligencia de que no haciéndolo incurriréis en igual desgracia que aquellos. Comerciantes: no perdáis un momento en enfardelar vuestros efectos y remitirlos, e igualmente cuantos hubiere en vuestro poder de ajena pertenencia, pues no ejecutándolo sufriréis las penas que aquellos, y además serán quemados los efectos que se hallaren, sean en poder de quien fuere, y a quien pertenezcan. Entended todos que al que se encontrare fuera de las guardias avanzadas del ejército en todos los puntos en que las hay, o que intente pasar sin mi pasaporte será pasado por las armas inmediatamente, sin forma alguna de proceso. Que igual pena sufrirá aquel que por sus conversaciones o por hechos atentase contra la causa sagrada de la Patria, sea de la clase, estado o condición que fuese. Que los que inspirasen desaliento estén revestidos del carácter que estuviesen serán igualmente pasados por las armas con sólo lo deposición de dos testigos. Que serán tenidos por traidores a la patria todos los que a mi primera orden no estuvieran prontos a marchar y no lo efectúen con la mayor escrupulosidad, sean de la clase y condición que fuesen. No espero que haya uno solo que me dé lugar par aponer en ejecución las referidas penas, pues los verdaderos hijos de la patria me prometo que se empeñarán en ayudarme, como amantes de tan digna madre, y los desnaturalizados obedecerán ciegamente y ocultarán sus inicuas intensiones. Más, si así no fuese, sabed que se acabaron las consideraciones de cualquier especie que sean, y que nada será bastante para que deje de cumplir cuanto dejo dispuesto. Cuartel general de Jujuy 29 de julio de 1812”. Belgrano opinaba que el Bando del 29 de julio había servido a dos fines: por un lado, fortalecer el apoyo de la población y, por el otro, el éxodo jujeño del 23 de agosto de 1812 poner en conocimiento del enemigo que si llegaba hasta Jujuy no iba a encontrar nada con que aprovisionarse. La situación apremiante estaba enfocada en aquellos que carecían de medios para escapar: indios, mestizos, criollos pobres, familiares de los reclutados por el Ejército, más los campesinos y emigrados del Alto Perú que llegaron en busca de refugio. Días después el Ejército virreinal a las órdenes de Pío Tristán llegaba a Yavi y desde allí inició su camino hacia el sur. En su avanzada, fue hostigado continuamente por la vanguardia revolucionaria a cargo de Díaz Vélez, la que cubría los pasos estratégicos de la Quebrada, hasta que fue llamada con premura a Jujuy y se transformó en retaguardia del Ejército del Norte. Venía con los reclutas de la Quebrada y cuidó las espaldas de la población civil agrupada al sur de la ciudad. Quien después fuera el General José M. Paz, testigo del suceso, que bajaba de Humahuaca con las tropas de Díaz Vélez, relató en sus memorias lo que vivió: “Entretanto, vino la invasión del enemigo, y el cuerpo de vanguardia emprendió su movimiento retrógrado: quedando un cuerpo de caballería, se incorporó lo restante al ejército de Jujuy el mismo día en que éste emprendía el suyo para Tucumán. Recuerdo que atravesamos el pueblo de Jujuy en toda su extensión, sin permitirnos separarnos, ni aun para proveernos de un poco de pan. Acampamos durante tres o cuatro horas a la inmediación de la ciudad, y tampoco se nos permitió entrar […] continuó la retirada del ejército, marchando día y noche, porque la proximidad del enemigo lo requería.” Así, en la tarde del 23 de agosto, los rezagados, la gente humilde y sin recursos de Jujuy y los refugiados que permanecían allí, partieron siguiendo al Ejército del Norte con lo poco que tenían; junto a ellos iban las autoridades del Cabildo, últimos en abandonar sus funciones, quienes llevaban consigo toda la documentación de Jujuy, que se puso a resguardo en Córdoba, Santiago del Estero y Tucumán. En su salida de Jujuy, no se destruyó ni quemó ninguna propiedad: en ello estaba basado el principio de “retroceso ordenado” que había dispuesto Manuel Belgrano; sólo se demolió la maestranza y los hornos de fundición para que no pudieran utilizarlos las fuerzas realistas Entre los últimos en abandonar Jujuy se encontraba el sacerdote Juan Ignacio Gorriti, quien dejó testimonio del exilio en sus “Reflexiones”. Como la mayoría de los que tenían posesiones en el campo, Gorriti se dirigió con su familia hacia la hacienda “Los Horcones” en la zona de la actual Rosario de la Frontera. Belgrano abandonó Jujuy a la medianoche del 23 de agosto cuando recibió la noticia de que las tropas realistas habían bajado de Volcán y estaban por llegar a Yala. El 24 de agosto la vanguardia realista entraba en la ciudad de Jujuy dando comienzo a la primera ocupación de la ciudad. Entre tanto, los exilados marchaban a paso forzado. Habían tomado el “camino de las carretas” que era más llano que el camino Real o de las postas. Salieron de Jujuy por el sur pasando por El Carmen y Monterrico, donde llegaron al mediodía del día 24 de agosto. Allí descansaron unas horas y retomaron el viaje hasta el fuerte de Cobos. Así lo relataba Manuel Belgrano en su informe al Triunvirato: “En efecto, á las 12 y media de la noche tomé el camino y me incorporé con el ejército á las 3 de la mañana, pues su marcha había sido rápida; á las 3 y media mandé tocar generala y hemos llegado á las 12 del día á este punto. Durante la marcha he tenido repetidos avisos del mayor general don Eustaquio Díaz Vélez de que los enemigos avanzaban, y que se retiraban hasta el río Blanco, donde, según las últimas noticias, permanecen […] Al salir la luna continuaré la marcha hasta ponerme en Cobos, así para ganar terreno, sean cual fueren las intenciones del enemigo, como para evitar que me corte, que es uno de mis mayores cuidados, pues sus marchas tan rápidas lo indican”. Tres días después de la salida de Jujuy la columna llegó a Cabeza de Buey, donde comenzaron a engrosar el contingente grupos salteños adeptos a la revolución. La caravana siguió con rumbo al río Pasaje. A partir de allí siguió por el camino de las postas hasta las cercanías de la ciudad de San Miguel de Tucumán. El 3 de septiembre cruzaron el río Las Piedras. A lo largo del camino las fuerzas de Díaz Vélez, a cargo de la retaguardia del Ejército patriota, sufrieron distintos enfrentamientos con la vanguardia realista. En el río La Piedras, finalmente, ambos ejércitos entraron en combate. La victoria obtenida por Díaz Vélez permitió el avance final hasta Tucumán, poner a salvo a los civiles y planificar la batalla de Tucumán acaecida el 24 de septiembre de 1812, en la que Belgrano obtuvo un rotundo triunfo. 14 Después de su derrota en Tucumán, el ejército virreinal se replegó hacia Salta, adonde ingresó el 28 de setiembre. En noviembre de 1812 Pío Tristán ordenó aumentar y equipar las tropas de las ciudades de Jujuy y Tupiza y mantener escuadrones en Humahuaca, a fin de asegurarse las comunicaciones entre Salta y Potosí. Los planes de Goyeneche contemplaban incorporar definitivamente a las jurisdicciones de Salta y Jujuy al mando del virrey del Perú, como frontera segura para su expansión hacia el Río de la Plata. Tiempo después, el 20 de febrero de 1813, las tropas virreinales fueron nuevamente derrotadas en Salta lo que terminó con la firma de un armisticio con Belgrano y provocó que comenzaran su regreso al Alto Perú. Jujuy estuvo en poder del Ejército realista por seis meses. En efecto, después de la Batalla de Salta en febrero de 1813 los emigrados regresaron a Jujuy y las primeras reuniones del Cabildo se dedicaron a contabilizar los daños y perjuicios ocasionados por las huestes realistas, sobre todo debido al saqueo sistemático a que fueron sometidas las haciendas de propiedad de los vecinos plegados al Éxodo en apoyo del Ejército del Norte. Apenas reingresado a Jujuy, el Ejército revolucionario empezó su trabajo de reconstrucción para una nueva empresa: la segunda campaña al Alto Perú. Jujuy soportó en los años siguientes numerosos otros sucesos de guerra que exigieron de su población ingentes y reiterados sacrificios. Así, por ejemplo, después de la derrota de Belgrano en Ayohuma, los restos de las tropas huyeron a Jujuy perseguidos por los realistas, que ocuparon nuevamente la ciudad y provocaron el Segundo Éxodo de la población civil (1814). La imagen se repitió agravada tres años después, cuando en enero de 1817, unos 7.000 soldados, entre fuerzas veteranas españolas y destacamentos americanos, invadieron Jujuy para, desde allí, reconquistar el antiguo Virreinato del Río de La Plata. Las noticias de la invasión a Jujuy por un ejército de tal magnitud, provocó el pánico y la huída de sus habitantes, quienes en esta oportunidad tuvieron el tiempo justo para evacuar el territorio. En ese contexto se produjo el Tercer Éxodo en 1817. Durante los cinco meses de ocupación por las fuerzas realistas, la ciudad fue arrasada, las haciendas saqueadas y cualquier pertenencia que hubiese quedado de los exilados fue requisada. La población de Jujuy aún no se había repuesto del tercer éxodo y de los estragos sufridos en la ciudad y campaña, cuando en enero de 1818 la ciudad fue sometida al saqueo durante tres días seguidos por las tropas realistas dirigidas por Olañeta. “Los principales comerciantes de Jujuy fueron los primeros en embalar sus pertenencias, arrendar carretas y fletarlas hacia Tucumán...”
El sacrificio del pueblo de jujuy En abril de 1821, Olañeta y Marquiegui, aprovechando las disidencias políticas en Salta y sus repercusiones en Jujuy, ingresaron con las fuerzas virreinales llegando hasta Volcán y León; a pesar del hostigamiento de los gauchos, Marquiegui logró tomar Jujuy el 15 de abril, pero debió retroceder hasta León donde estaba el grueso del ejército. El Teniente de Gobernador José Ignacio Gorriti avanzó con las milicias hasta León, donde tomó desprevenidas a las tropas realistas derrotándolas el 27 de abril de 1821, conocido como el Día Grande de Jujuy, donde las fuerzas jujeñas salvaron a la ciudad de que fuera nuevamente saqueada. Gorriti amenazó a Olañeta con fusilar a sus cuñados si en lo sucesivo atacaba Jujuy. Las invasiones realistas e intentos de saqueos de San Salvador se frenaron en 1821, pero en el campo continuaron hasta 1825, cuando Olañeta murió en Tumusla (Chichas). En Jujuy la guerra pasó a formar parte de la vida cotidiana; vivir en un territorio sujeto a continuas invasiones y sometida a la obligación de abastecimiento de ambos ejércitos beligerantes fue una experiencia poco conocida en el resto del Río de La Plata. Los jujeños debieron abandonar sus hogares, en éxodos o en exilios, aprendieron a vivir con la carestía de alimentos y la militarización de su población, supieron lo que significaba estar en una ciudad sitiada por tropas, conocieron el saqueo, los robos y el pillaje de ejércitos profesionales sobre la población civil. Nadie se salvó de la acción devastadora de la guerra. En toda América hispana las guerras de la independencia provocaron cambios y afectaron a las sociedades. Sin embargo, pocas fueron el escenario mismo de la guerra, se convirtieron en campamento de campaña de los ejércitos, fueron saqueadas e invadidas durante quince años y despobladas -voluntaria o coercitivamente-. En Jujuy, la guerra, el exilio y el caos no hicieron distinciones jerárquicas, sociales o étnicas “El Éxodo Jujeño de 1812” Año 2012. Revisión del Texto: Dr. Jorge A. Noceti Diagramación: Editorial Ideas Nuestras. Ilustraciones de Juan Manuel Tanco. Agradecimientos: Cristina Tula, Paola Audisio - Inés Pemberton.

Lo que muchos desconocen



La Madre de la Patria

María Remedios del Valle

Negra, mujer y pobre, combatió como un soldado más durante la Guerra de la Independencia. Manuel Belgrano le otorgó el grado de Capitana del Ejército.

Murió en la miseria, mendiga en la Buenos Aires del siglo XIX. Un texto contra el olvido. El rescate de un personaje necesario para comprender la Historia argentina 


Por Diego Rojas
En 1827, Buenos Aires era una comarca de grandes dimensiones. Según el viajero francés Arsène Isabelle, la habitaban alrededor de noventa mil personas, de las cuales treinta mil eran extranjeros. “Todo anuncia aquí una ciudad comercial, una metrópoli digna de mejor suerte”, aventuraba en un escrito.
No se equivocaría. Sin embargo, en esa época Buenos Aires era aún un pueblo que se ahogaba en barro, una ciudad en la que el futuro se construía de promesas. En las inmediaciones de la plaza de la Recova, la iglesia de Santo Domingo, la de San Ignacio o la de San Francisco, un personaje estrafalario vendía empanadas y mendigaba monedas a los transeúntes. Era una mujer negra y vieja que tenía cicatrices en su cuerpo: todos los días llegaba hasta el centro, ya que vivía en un rancho en las afueras donde empezaba la pampa inabarcable. Se hacía llamar “La Capitana”.

Aseguraba que las marcas que portaba eran registros de la guerra por la patria, “de cuando de verdad se peleaba por la patria”, repetía mientras estiraba el brazo para tomar las limosnas que le entregaban los vecinos piadosos de la ciudad, que la consideraban una loca. Otra loca más. El mes de agosto siempre fue de un frío muy intenso, aun en 1827. El general Juan José Viamonte, héroe de la independencia, caminaba por la plaza de la Recova, la actual plaza de Mayo, cuando “La Capitana” extendió su mano. Viamonte se detuvo sorprendido: la cara de esa mujer negra, canosa y vieja le resultaba familiar. Le preguntó su nombre. “María Remedios del Valle”, respondió la anciana. Viamonte hizo un silencio. Luego gritó: “¡Pero si es la madre de la Patria!”.

La historiografía argentina siempre se vio envuelta en contiendas entre corrientes que postularon diversas lecturas sobre los hechos que construyeron a la nación. Mitristas, revisionistas, marxistas: cada tendencia versionó una Argentina para sostener el proyecto político que defiende en la actualidad. Desde la discusión sobre la figura de Rosas hasta el origen real de los colores de la insignia patria, todo ha sido sometido a discusión. Incluso, muchas veces se debatió sobre a quién le correspondía el título de “Padre de la patria”, si a Belgrano o a José de San Martín. Sin embargo, ninguna corriente se detuvo a analizar qué mujer podía detentar el rol de “Madre de la Patria”. Qué figura femenina podía ostentar las virtudes del valor, la abnegación, el patriotismo y haber formado parte de un proyecto político de liberación en los tempranos años de la Argentina.

¿La historia fue escrita bajo el signo de una cultura machista? ¿El país fue solamente construido por los hombres? “Existe toda una construcción social y cultural propia de la cultura occidental y cristiana donde la mujer siempre ocupa un papel relegado y subalterno al hombre. Nuestro país y nuestro continente no son ajenos a esta concepción”, asegura la historiadora Julieta Chinchilla. Sin embargo, María Remedios del Valle reúne los antecedentes necesarios para ser honrada con ese título. Como tantos otros héroes nacionales, posee una característica que los iguala: es una olvidada. Fue eliminada de la memoria historiográfica y del registro del imaginario popular. Además, era negra y pobre. Rasgos que ciertos arquitectos del relato de la patria quisieran extraviar.

Las primeras noticias sobre la carrera de guerra de María Remedios del Valle se remontan a su participación en el Cuerpo de Andaluces que defendió la ciudad en las Invasiones Inglesas. “Durante la campaña de Barracas, asistió y guardó las mochilas para aligerar su marcha a los Corrales de Miserere”, escribió el comandante de ese cuerpo de combate. El 6 de julio de 1810 se incorporó al Ejército Auxiliar para las provincias del Norte, en compañía de su marido y dos hijos: sólo ella regresó viva de las campañas militares de la gesta independentista. Se había embarcado en la conocida Campaña al Alto Perú en la que el abogado y patriota Manuel Belgrano comandaría batallas feroces contra el enemigo colonialista.

Fue parte del ejército compuesto por 1500 hombres, cuyas dos terceras partes formaban parte de la caballería –de los cuales sólo 600 poseían armas de fuego– y que contaba con apenas diez piezas de artillería. Esta escasez de fuerzas no le impidió protagonizar hechos gloriosos de nuestra historia, como el decisivo Éxodo Jujeño, que determinó el fin del avance de las tropas enemigas, y las victorias en las batallas de Tucumán y Salta. Durante las vísperas de la Batalla de Tucumán, Del Valle se presentó ante Belgrano para solicitarle que le permitiera atender a los heridos de las primeras líneas de combate. Belgrano, siempre reacio a la participación femenina en sus tropas, le negó el permiso. Pero esa mujer era empecinada. Durante la contienda, se filtró entre las líneas de retaguardia y llegó al centro de la conflagración, donde asistió y alentó a los soldados a batir al enemigo. La soldadesca, que era consciente del rol histórico que cumplía en esa lucha denodada contra los realistas, comenzó a llamarla la “Madre de la Patria”. Belgrano no pudo más que rendirse ante la evidencia de su valor y la nombró Capitana de su ejército. Comenzaba la breve leyenda que protagonizó María Remedios del Valle, eliminada de la memoria argentina hasta la escritura de estas líneas.

Cantaba John Lennon que la mujer es el negro del mundo. ¿Por qué sorprenderse del silencio que rodea a la historia de Del Valle si no sólo pertenecía al género femenino, sino que además tenía la piel oscura? La sociedad argentina, y los discursos que la construyeron, fueron pródigos en exclusiones. Las mujeres criaron a los hijos varones que hicieron la Historia, los negros no existieron. Sin embargo, desde Juana Azurduy comandando las tropas antirrealistas hasta la audacia de Mariquita Sánchez de Thompson en los días de preparación de la revolución de Mayo, pasando por una Machaca Güemes convertida en santo y seña del troperío salteño, las mujeres tuvieron un papel relevante en la historia de la independencia, sólo limitado por la coyuntura de la época, que la relegaba al lugar del solaz del varón guerrero.

Y no se debería olvidar que la población negra de Buenos Aires censada en 1810 arrojó la cifra de 9.615 personas de origen afro que convivían con 22.793 blancos, es decir más del 20 por ciento. Los negros argentinos fueron una parte sustancial e imprescindible de la lucha independentista, al punto que llegaron a cubrir el 65 por ciento de los puestos de batalla en las tropas comandadas por Belgrano y San Martín. En 1848 Domingo Faustino Sarmiento, el gran estadista y escritor, escribió en su diario de viaje a los Estados Unidos: “La esclavitud de los Estados Unidos es hoy una cuestión sin solución posible; son 4 millones de negros, y dentro de 20 años serán 8. Rescatarlos, ¿quién paga los 1.000 millones de pesos que valen? Libertos, ¿qué se hace con esa clase negra odiada por la raza blanca?”. Durante su presidencia, inaugurada en 1868, sobrevendrían la fiebre amarilla y la Guerra de la Triple Alianza, acontecimientos a los que se le atribuye el exterminio de los negros en el país. En 1887, el censo oficial computó sólo un 1,8 por ciento de negros sobre el total de la población.

Más tarde, el Estado se encargaría de silenciar su historia y los aportes que realizaron a la construcción de la nación. El espíritu europeísta de las clases dirigentes necesitaba una historiografía que contemplara un destino blanco y cristiano. A tal punto llegaron que los primeros retratos del general San Martín, en los que se notan sus rasgos amerindios, fueron españolizados mientras se lo elevaba a la categoría de héroe nacional. Aunque al sentido común argentino le guste señalar que descendemos de los barcos transoceánicos, un estudio realizado por Daniel Corach, que dirige el Servicio de Huellas Digitales Genéticas de la UBA, demostró que un 56 por ciento de la población tiene marcadores genéticos amerindios. O lo que es lo mismo: la mayoría de los habitantes del país tiene en su árbol genealógico algún poblador originario. Si ese dato es ignorado, ¿cómo extrañarse, entonces, por el olvido al que fue relegada la vida de María Remedios del Valle, una prócer que era mujer, negra, pobre y vieja?

El 14 de noviembre de 1813 las tropas del general Belgrano se enfrentaron a los realistas en Ayohuma, comandadas por el general español Joaquín de Pezuela. Los colonialistas venían de un triunfo en Vilcapugio, donde atacaron por sorpresa, y en la localidad salteña eligieron la misma táctica. Y tuvieron éxito. Después de una jornada de briosos enfrentamientos, sobre el campo de batalla yacían doscientos cadáveres de las tropas patriotas. Hubo otros doscientos heridos. Los españoles apresaron a quinientos soldados, entre los que se encontraba la capitana María de los Remedios del Valle, que había luchado a la par de sus compañeros de regimiento y que había sido herida de bala.

Las tropas dirigidas por Belgrano habían combatido más con prepotencia de victoria que con recursos para alcanzarla: habían protagonizado numerosos actos de valor para expulsar a una armada colonialista que los doblaba en combatientes y piezas de artillería. Pero fueron derrotados. Los realistas se encarnizaron con Del Valle: fue sometida a nueve días de azotes públicos. Una medida ejemplificadora: la saña sólo se explica como una decisión de sus captores para que su actitud no cundiera: a las mujeres les estaba vedado el arte de la guerra; a las negras, el espíritu de la heroicidad. Pudo escapar y regresó a las escuadras belgranenses.

Continuó empañando las armas y ayudando a los heridos en los hospitales de campaña. Nunca perdió el mote de “Madre de la Patria” entre la soldadesca y seguía con la fiebre de los fanáticos los derroteros de la bandera celeste y blanca. Cuenta Enrique Loudet, profesor de Historia, que cuando el pabellón patrio fue jurado en Jujuy, se la vio arrodillada junto a Martín de Güemes, el patriota salteño, y a Juan Antonio Álvarez de Arenales, uno de los hombres destacados de Belgrano. El hombre que la había designado capitana había decidido entregarle el mando de las tropas al general San Martín. Belgrano regresó a Buenos Aires, donde, en un primer momento, se ordenó su arresto debido a las derrotas militares sufridas. Fue absuelto de las acusaciones y liberado.

El 20 de junio de 1820 murió en Buenos Aires: había empeñado un reloj para pagarle al médico que lo atendía, tal era su grado de pobreza. Sólo un diario, El Despertador Teofilantrópico, consignó la noticia de su fallecimiento. A nadie más le importó. Del Valle lo recordaría siempre y, relegada por las autoridades porteñas al olvido, se lamentaría de la pobreza en que había muerto su general. Mientras tanto, ella vivía una miseria aún peor.

“¡Pero si es la madre de la Patria!”, exclamó el general Viamonte cuando reconoció, debajo de los harapos y las canas, a María Remedios del Valle. “Es ‘La Capitana’, la que nos acompañó al Alto Perú, es una heroína”, explicó a sus acompañantes. Conmovido, decidió ampararla y, diputado en la Junta de Representantes de la Provincia de Buenos Aires, el 11 de octubre de 1827 presentó un proyecto para resarcir el injusto abandono en que se encontraba y otorgarle una pensión que reconociera los servicios prestados a la patria. Veintitrés accedió a las actas de la sesión del 18 de julio de 1828, cuando por fin se debatió el tema.

El diputado Gamboa solicitó documentos que acreditaran el merecimiento de la pensión. Viamonte tomó la palabra: “Esta mujer es realmente una benemérita. Ella ha seguido al Ejército de la patria desde el año ‘10. Es conocida desde el primer general hasta el último oficial en todo el Ejército. Es bien digna de ser atendida: presenta su cuerpo lleno de heridas de balas y lleno, además, de cicatrices de azotes recibidos de los españoles. No se la debe dejar pedir limosna (...) Después de haber dicho esto, creo que no habrá necesidad de más documentos”. El diputado Aguirre objetó que Del Valle había rendido servicios a la Nación y que ellos eran los representantes de la provincia y el diputado Alcorta señaló que hacía falta más documentación. El debate se volvió ríspido: varios legisladores negaban la posibilidad de una pensión como las que recibían otros soldados de su categoría.

Tomó la palabra Tomás de Anchorena: “Efectivamente, esta es una mujer singular. Yo me hallaba de secretario del general Belgrano cuando esta mujer estaba en el Ejército. No había acción en que ella pudiera tomar parte que no la tomase y en unos términos en los que podía competir con el soldado más valiente. Admiraba al general, a los oficiales y a todos cuantos acompañaban al Ejército. Belgrano era un general muy riguroso: no permitía que siguiese mujer al Ejército y ésta era la única que tenía la facultad para seguirlo. Yo oí al mismo Belgrano ponderar la oficiosidad y esmero de esta mujer. Ella debe ser el objeto de la admiración de cada ciudadano y, donde quiera que vaya, debe ser recibida en brazos y auxiliada con preferencia a un general”. Luego de un arduo debate se decidió otorgarle la pensión y no sólo eso: a pedido del diputado Lagos, se votó crear una comisión que “componga una biografía de esta mujer y se mande a imprimir y publicar en los periódicos, que se haga un monumento y que la comisión presente el diseño de él y el presupuesto”. La sesión se cerró entre aplausos de emoción. Fue incorporada a la plana del Ejército por el gobernador Juan Manuel de Rosas y la mujer decidió cambiar su nombre por el de Remedios Rosas. Sin embargo, la Madre de la Patria murió en la miseria, sin dejar de mendigar monedas o alimentos en las calles céntricas de aquel Buenos Aires decimonónico.

La Historia argentina está llena de estos ejemplos de desmemoria: somos un país experto en el ocultamiento. El Estado y su burocracia vencieron y María Remedios del Valle murió sin cobrar un solo peso, sin monumento que la homenajee y sin un texto que cuente su vida. Tal vez, hasta este momento, en que estas líneas –que se escriben en vísperas del Día de la Madre– intentan rescatarla del olvido.

Investigación: Jorge Repiso, Revista Veintitrés.
 

FUENTE:http://www.elortibahttp://www.elortiba.org/notapas558.html.org/notapas558.html

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