El supremo rumor del sistema La tragedia de Cromañon ratifica la terminante concepción, que la mercancía indicada (noche-espectáculo )

Por Floreal Ferrara *

I

Hay dos mercancías en exposición para su venta:

La noche, como espacio reificado que espera ser abordado, lo es, para apropiarse de su plusvalía integral, de ambas subsunciones, porque se trata en cuanto mercancía, de explotar la esencia integral de su potencia capitalista.

La diversión; la aventura; el juego; el amor; la libertad; el espectáculo; todos aunados, como una visión del mundo objetivado (Guy Debord: La sociedad del espectáculo...), ese que no nos pertenece y que el capitalismo, grande, mediano o pequeño, siempre el capitalismo, conforman como el sucedáneo que mitiga la explotación diurna, pero ofrece como mercancía portadora de plusvalía, de concentrada plusvalía, colocada allí para su expropiación fácil y terminante.

La noche y el espectáculo con los etcétera que se agreguen, no son de todos; no pertenecen a los mucho”; son parte de la fracción de la sociedad que está investida del poder que le permite hacer, edificar, crear, administrar, esa, la noche y el espectáculo con sus etcétera, a partir de reificar a ambas mercancías, como proveedoras de plusvalía a ser apoderada, despojando a sus generadores indiscutidos. Una fórmula impiadosa de explotación, hasta más allá de la vida.

No es difícil advertir que así juega esta diabólica ecuación, tremenda, estremecedora fórmula de suma cero entre la vida y el espectáculo. Esa fórmula no tiene en cuenta el primer término de la ecuación; en tanto es la noche y el espectáculo y sus etcétera, los que ofrecen la plusvalía de la adquisición de la mercancía, transformada, en deseo, es decir en productor de esa entidad lacaniana del plus-de- goce que nos lleva a despreciar todo otro sentido autónomo de lo vivo.

Esa es la tragedia. La anulación impiadosa de una colonización de una mercancía, que antes que nada, no podría ser canonizada como mercancía, pero así resulta serlo, para la cadencia esencial de la sociedad competitiva.

Con simpleza, pero con patética reflexión certera, se refiere Guy Debord, a esta constelación existencial, como... el movimiento de lo no vivo.... Así ronda la muerte, la nada, el silencio final e infinito, plagado de dolor y llanto.

La noche y el espectáculo (y etc.) no pueden desligarse, están unidas, decididamente determinadas por las relaciones de poder, como constante histórica, ineludible de toda sociedad determinada por relaciones sociales antagónicas. La vida de la sociedad y de las sociedades desarrolladas, como aparentemente se muestra, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, está sometida a las reglas inexorables de la mercancía y así a una condición inevitable, en la cual lo más importante es producir valor, del cual apoderarse. Se trata siempre y en todo caso, en nuestra sociedad competitiva, de cubrir requerimientos de intercambio y decididamente, de acumulación a todo precio y condición.

Un respiro y una síntesis indispensable: La reificación de la mercancía (noche-espectáculo), desplaza la mirada del sujeto actuante, ni como productor, ni como consumidor, sino que lo simplifica, lo cosifica como simple y determinado espectador y allí como claro explotado de un sistema que lo anula, o lo ignora como protagonista necesario. O simplemente, como inevitable receptáculo de decisiones, sentidos y prácticas que les seguirán siendo impuestas.

La noche y el espectáculo (con sus etcétera), como mercancías de todo y cualquier capitalismo de hoy se ha posesionado de seres y circunstancias y los nombres, así sean jefe de gobierno, o dueños de locales; o conjuntos, o custodios; todos se incluyen en el interior de sus determinaciones, es decir en ese espacio escabroso, trágico del movimiento autónomo de lo no-vivo que mencionábamos de Debord.

La tragedia de Cromañon ratifica la terminante concepción, que la mercancía indicada (noche-espectáculo), en su proyección sobre los sujetos determinados, se expresa, casi sin excepciones, como acreedora de la vida, su última expropiación desmesurada. Se siembran así la muerte como trazado final, en cuanto es la última explotación de ese biopoder de la noche y el espectáculo, cancelando, aniquilando la existencia, mientras el espectáculo debe proseguir.

La plusvalía excesiva, esa que disputa el sistema, es la anulación de la desmesura de la vida, porque además, si ésta es joven, siempre ofrece la capacidad de un antagonismo que debe ser aniquilado...


II

El propio Debord ha señalado que -... el espectáculo es la principal producción de la sociedad actual... y de allí que sea cierto, cabalmente cierto, que el espectáculo somete a los seres vivos en la medida que la economía los ha sometido totalmente. Así, y en verdad, el espectáculo no es más que la economía desarrollándose por sí misma, a partir de esa mercancía productora infernal de plusvalía.

De inmediato, uno se siente atónito, cuando otra vez Debord espanta con su afirmación, referida a esa mercancía, nombrándola como el -fiel reflejo de la producción de las cosas y la objetivación infiel de los productores...

Productores de acciones infieles, desleales, reificantes de sus praxis, sometidas al más cruel de los objetivos, la objetivación capitalista de la ganancia a cualquier costo. Pero productores asignados falsamente como individuos fabricantes de la historia: cuando siempre serán el modo de producción capitalista-competitivo, quien asigne las diferentes formas de la idividuación de empresarios, jefes de gobierno, músicos, cantores, custodios..., requeridos y producidos por este modo de explotación de la mercancía.


Aquí reside la ruptura epistemológica, jurídica, social.


En Cromañon, cada uno de los individuos actuantes, solos o como grupos, no han sido más que portadores de la dividisión social de la praxis, del trabajo en el espectáculo y sus contextos; es decir, en los distintos niveles de la estructura económico- social. En ella reside el protagonismo verdadero, también en esta tragedia, cuyo sujeto de excelencia, está más allá de -sus portadores singulares....

Estos, los portadores de singularidades praxicas, no otorgan prestancia significativa a ninguna lectura a simple y directa observación, o advertencia lineal, de esta historia de dolor y muertes. Son falsas evidencias del suceso profundo, metonímicamente transvestido, con la máscara oportunista de la ideología dominante.


Estos individuos portadores existen, están en la escena, son partícipes de la tragedia y por eso mismo, es una obligación de toda teoría de la verdad política-social, advertir el concepto de las variaciones de la forma histórico-existenciales de las individualidades.

Así se puede esclarecer certeramente, el papel de los individuos en la historia. También en este trágico episodio. Ni el culto de los héroes explica la historia; ni la maldición de los infames, interpreta, o percibe el horror de cualquier holocausto.

Planteada en la individualidad del jefe de gobierno como en las figuras del dueño del local o de la empresa ordenadora de esa mercancía; o de quien actuaba artísticamente, o en la seguridad, o en las custodias, o en las habilitaciones, etc; en realidad así se planea una problemática falsa, teóricamente ilegitima, en tanto y en cuanto, confronta la teoría de un objeto, el de la mercancía-espectáculo, producida por un sistema de relaciones sociales determinadas, con la existencia dada por la mera práctica, la rutina de la experiencia, de otro objeto solo definido desde esa lineal escala, de una experiencia como base para su conocimiento.

La tragedia, como paso supremo de la existencia colectiva, exige para su comprensión, el planteo teorico real, el de la estructura que lo genera y desde ella las formas verídicas de la existencia histórtica de las singularidades portadoras en la división de las praxis, de los diferentes niveles de la estructura.

Si así no se hiciere, entonces, esta historia de dolor infinito, se esconderá, estará recluida en la metonimia de los acontecimientos mínimos, palpables, audibles, advertibles; sin recordar que los conceptos de la verdad-verdadera, no se ocultan en la banalidad, dramática también, de las nimiedades sintomatológicas, o signológicas.


III

Se hace necesario repetir una y mil veces, que no se trata de interpretar, para así entender de alguna forma al mundo; sino, simplemente y con toda obligatoriedad de transformarlo.

Entonces es prudente comprender a un contexto como rodea a Cromañon, que es capaz de advertirnos que en el universo de la competencia del negocio, de la libertad de mercados, se edifica a sí mismo.

De allí surge entonces, que toda interpretación de la tragedia no puede quedar allí, para con su percepción retorcerse en su propio dolor y volver a llegar tarde, gozarse en su exclusivo pensamiento y llorar un duelo inteligente que se instale para siempre en esa noche desesperada.

Entonces advirtamos una vez más a Guy Debord, ahora en su párrafo 66 y sepamos así que cada mercancía determinada lucha por sí misma, no puede reconocer a las otras y pretende imponerse en todas partes como si fuera la única.

La fragmentación de la postmodernidad, esencia de su sentido, radica en cada focalización práxica, en cada acontecimiento que produce la causalidad económico-social, como si fuera necesario ocultar su origen, el de la totalidad germinal, coloca, signa al evento, a la mercancía espectáculo, como si fuera la única y definitiva.

Es por ello que se percibe la hondura de Debord, diciéndonos que - ... el espectáculo es entonces el canto épico de esta confrontación, que ninguna desilusión podría concluir.... Es el supremo rumor del sistema, porque, - ... el espectáculo no canta a los hombres y sus armas, sino a las mercancías y sus pasiones...

Así los seres vivos son sus explotados y cuando más, son sus sombras inmoladas en cualquier noche espectáculo, en ese altar infernal de su determinación extrema, medida en el nivel de la rentabilidad exigida. Todo lo demás se torna superfluo, es apenas una banalidad, de aquello que Debord ha llamado -... la astucia de la razón mercantil.

En esa astucia, lo particular de la mercancía, esto de la mercancía-espectáculo, también tiene límites y se extingue, confundiéndose, en la desmesura de la forma mercancía que va hacia su realización absoluta...

Allí habita la razón-victimaria que debe ser transformada; lo demás, son otra vez interpretaciones, pero no son aptas para revolucionar a la sociedad.


* Floreal A. Ferrara, militante social y político que fuera Ministro de Salud de Oscar Bidegain y de Antonio Cafiero en la Pcia. de Bs. As., es un destacado medico y sanitarista, discípulo del Dr. Ramón Carrilllo, primer Ministro de Salud de nuestro país.

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